May advierte de que el Brexit implica duras consecuencias para Reino Unido
La primera ministra reivindica, en su discurso sobre la relación futura con la UE, su derecho a negociar un acuerdo comercial a medida para el país
Londres
Theresa May
ha advertido a los británicos de que el Brexit supondrá aceptar
"verdades duras", entre ellas, un acceso al mercado único "menor del que
hay ahora". “Quiero ser franca con la gente, porque la realidad es que
todos necesitamos enfrentarnos a unas verdades duras. Estamos
abandonando el mercado único, la vida va a ser diferente", ha dicho la
primera ministra británica, en su esperado discurso sobre la futura
relación comerciale entre Reino Unido y la UE.
El discurso de May, uno de los tres más importantes que ha pronunciado sobre el Brexit y que cierra un ciclo de intervenciones en el que ministros de su Gobierno han tratado de definir el futuro del país fuera de la UE, ha tenido lugar en la Mansion House de la City londinense.
Para lograr el acuerdo ambicioso que persigue, la idea de
Reino Unido es converger con la normativa europea en algunas áreas y
romper con ella en otras. May ha reclamado el derecho de Reino Unido a
reclamar un acuerdo a medida, y no replicar uno de los modelos de
acuerdos comerciales existentes, como prefiere Bruselas. "El acuerdo
deberá ser a medida de las necesidades de nuestra economía"; ha dicho la
primera ministra. "Eso es consecuente con cómo ha manejado la UE sus
acuerdos comerciales en el pasado", ha añadido, antes de mencionar los
acuerdos sucritos por el club con Corea del Sur, Ucrania y Canadá.
"La propia UE persigue un acuerdo a medida con Reino Unido",
ha señalado. "Lo cierto es que cada acuerdo de libre comercio contiene
diversas modalidades de acceso al mercado en función de los respectivos
intereses de los países implicados. Si eso es escoger lo que nos
conviene, entonces todos los acuerdos lo hacen. Lo que si sería escoger
solo lo que nos conviene es no aceptar nuestras obligaciones. Y quiero
dejar categóricamente claro que eso no es lo que vamos a hacer".
El éxito o fracaso del acuerdo para Reino Unido, ha dicho May, dependerá de si cumple o no cinco requisitos: deberá “respetar el resultado del referéndum”; deberá ser capaz de “perdurar el tiempo”; tendrá que “proteger los empleos y la seguridad de las personas”; deberá ser “coherente con los valores de una democracia abierta y tolerante”; y deberá, por último, “fortalecer la unión de naciones y gentes” que conforman Reino Unido”.
May se ha mostrado optimista respecto a la posibilidad de alcanzar un acuerdo tan ambicioso en un plazo tan corto (se entiende que el acuerdo, para que pueda aprobarlo el Parlamento Europeo, deberá estar terminado en octubre de este año). “Creo que eso es factible porque es en nuestro interés y en el de la UE y por nuestro singular punto de partida, por el que en el día uno ambos tenemos las mismas normas”, ha explicado. “Así que en lugar de tener que acercar dos sistemas diferentes, la tarea será gestionar la relación una vez seamos dos sistemas legales separados”. El principal reto de las negociaciones, ha dicho la primera ministra, será construir mecanismos que permitan que dos sistemas legales separados coexistan en el marco del mismo acuerdo comercial.
Este es el tercer gran discurso de Theresa May sobre el Brexit, después de los pronunciados en la Lancaster House londinense y en Florencia, en enero y septiembre de 2017, respectivamente. Sería el cuarto, si se incluye el pronunciado en el congreso del Partido Conservador en octubre 2016. En aquel, su primer discurso ante el partido como líder y como primera ministra, May lanzó un mensaje duro que se interpretó como un rechazo a un Brexit suave. Su lectura del referéndum, celebrado cuatro meses antes, fue que más allá de votar por abandonar la UE, los británicos habían rechazado el proyecto modernizador y liberal de David Cameron. Habló de un “Brexit azul, rojo y blanco”, los colores de la Union Jack, y dejó para la historia un ataque a aquellos que se consideran ciudadanos del mundo, a quienes llamó “ciudadanos de ninguna parte”.
En el discurso de Lancaster House, tres meses después, confirmó ese enfoque duro, añadió una velada amenaza de convertirse en una especie de paraíso fiscal
a las puertas de la UE y, obligada por una resolución de la Justicia,
anunció que habría un voto en el Parlamento al final de las
negociaciones. En Florencia, en septiembre del año pasado, el tono se
suavizó. Habló de una transición en la que se mantendría el statu quo y
prometió que honraría sus compromisos económicos con la UE.
Pero en ninguno de los anteriores discursos, hasta hoy, se había detenido May en el efecto negativo que inevitablemente tendrá el Brexit para los británicos. Después de más de un año de acusaciones de vender una quimera —“tener el pastel y comérselo”, en palabras de Boris Johnson—, este viernes la primera ministra ha sido más honesta con los británicos. May no ha eludido las verdades incómodas.
Ese reconocimiento de que Reino Unido no puede pretender quedarse solo con los beneficios de la UE, sin pagar coste alguno, es lo que viene demandando Bruselas desde el principio. Por eso hoy el mensaje a los Veintisiete también es más realista. May viene a decir que, a pesar de todas las peleas en el Partido Conservador, de las demandas incompatibles de las facciones enfrentadas, ella tiene un proyecto. Y su plan, asegura May, es factible. “Sabemos lo que queremos y comprendemos vuestros principios, tenemos un interés compartido en que esto salga bien”, ha dicho.
La lista de la compra de May tiene una limitación. Políticamente, no puede pedir nada incompatible con el irrenunciable derecho a recuperar la soberanía total después del Brexit. La poderosa minoría eurófoba radical del Partido Conservador no toleraría un acuerdo que impidiera a Reino Unido firmar sus propios acuerdos comerciales independientemente, que lo sometiera a alguna jurisdicción diferente de la británica, o que lo obligara a obedecer leyes en cuya elaboración no haya participado.
Todo ello conforma la “divergencia gestionada” de la que habla May, el enésimo alarde de creatividad lingüística a la que su propia debilidad la ha obligado, y un concepto que ya ha rechazado Europa. “Una pura ilusión”, en palabras de Donald Tusk. “Desde el comienzo ha sido un principio básico de los 27 que Reino Unido no puede escoger del mercado único a la carta”, explicó el presidente del Consejo Europeo. Pero el baño de realidad ofrecido este viernes por May, el reconocimiento de que Reino Unido está listo para aceptar perjuicios, puede sonar mejor en Bruselas.
La primera ministra no ha respondido del todo a Tusk, que el jueves le pidió que aportara una solución al problema de la frontera en Irlanda, después que May rechazara de plano la propuesta de Bruselas —que, a falta de una solución mejor, Irlanda del Norte continúe en una unión aduanera con la UE— por considerar que amenaza la integridad constitucional de Reino Unido.
Ha esbozado dos propuestas. La primera es "una asociación aduanera", en la que Reino Unido "replicaría los requisitos de la UE para las importaciones del resto del mundo", lo que "eliminaría la necesidad de un proceso aduanero". La segunda opción es "un arreglo aduanero altamente optimizado" en el que ambas partes "acordarían implementar una serie de medidas para minimizar las fricciones al comercio". Pero ha pedido ayuda para solucionar el problema irlandés, uno de los más complejos de Brexit. "Nosotros decidimos irnos, tenemos la responsabilidad de ayudar a encontrar una solución. Pero no podemos hacerlo solos. Nos corresponde a todos trabajar juntos", ha dicho.
De nuevo, la incapacidad de descender a los detalles lastra la posición negociadora británica. Londres ha construido su postura a base de discursos; Bruselas, a base de documentos. Eslóganes contra propuestas concretas. Y está claro que lo que se necesita ahora, con solo ocho meses para terminar un acuerdo sobre la relación futura que ni siquiera se ha empezado a negociar, es concreción.
El destinatario del discurso no ha sido solo Bruselas. May ha llamado a los británicos a dejar sus diferencias detrás. En paralelo a su recrudecimiento en el Gobierno y en el partido tory, el tono del debate también se ha encendido en la sociedad. Por eso la primera ministra ha hecho un llamamiento a la unidad. A superar la dialéctica del Brexit-No Brexit que envenena el país desde hace más de año y medio. “Debemos unir de nuevo a nuestro país, considerando los puntos de vista de todos a los que les preocupa este asunto, de los dos lados del debate”, ha dicho la primera ministra conservadora.
La gran victoria de Europa es que ha logrado llegar hasta aquí sin una sola fisura entre 27 Estados. El gran fracaso de Reino Unido, un único Estado al otro lado de la mesa negociadora, es que ha resultado incapaz de avanzar por las fisuras que lastran a sus dirigentes. Resulta asombroso recordar hoy que David Cameron decidió convocar el referéndum sobre el Brexit precisamente para acabar, de una vez por todas, con el debate que devoraba a su partido.
El discurso de May, uno de los tres más importantes que ha pronunciado sobre el Brexit y que cierra un ciclo de intervenciones en el que ministros de su Gobierno han tratado de definir el futuro del país fuera de la UE, ha tenido lugar en la Mansion House de la City londinense.
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El éxito o fracaso del acuerdo para Reino Unido, ha dicho May, dependerá de si cumple o no cinco requisitos: deberá “respetar el resultado del referéndum”; deberá ser capaz de “perdurar el tiempo”; tendrá que “proteger los empleos y la seguridad de las personas”; deberá ser “coherente con los valores de una democracia abierta y tolerante”; y deberá, por último, “fortalecer la unión de naciones y gentes” que conforman Reino Unido”.
May se ha mostrado optimista respecto a la posibilidad de alcanzar un acuerdo tan ambicioso en un plazo tan corto (se entiende que el acuerdo, para que pueda aprobarlo el Parlamento Europeo, deberá estar terminado en octubre de este año). “Creo que eso es factible porque es en nuestro interés y en el de la UE y por nuestro singular punto de partida, por el que en el día uno ambos tenemos las mismas normas”, ha explicado. “Así que en lugar de tener que acercar dos sistemas diferentes, la tarea será gestionar la relación una vez seamos dos sistemas legales separados”. El principal reto de las negociaciones, ha dicho la primera ministra, será construir mecanismos que permitan que dos sistemas legales separados coexistan en el marco del mismo acuerdo comercial.
Este es el tercer gran discurso de Theresa May sobre el Brexit, después de los pronunciados en la Lancaster House londinense y en Florencia, en enero y septiembre de 2017, respectivamente. Sería el cuarto, si se incluye el pronunciado en el congreso del Partido Conservador en octubre 2016. En aquel, su primer discurso ante el partido como líder y como primera ministra, May lanzó un mensaje duro que se interpretó como un rechazo a un Brexit suave. Su lectura del referéndum, celebrado cuatro meses antes, fue que más allá de votar por abandonar la UE, los británicos habían rechazado el proyecto modernizador y liberal de David Cameron. Habló de un “Brexit azul, rojo y blanco”, los colores de la Union Jack, y dejó para la historia un ataque a aquellos que se consideran ciudadanos del mundo, a quienes llamó “ciudadanos de ninguna parte”.
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Pero en ninguno de los anteriores discursos, hasta hoy, se había detenido May en el efecto negativo que inevitablemente tendrá el Brexit para los británicos. Después de más de un año de acusaciones de vender una quimera —“tener el pastel y comérselo”, en palabras de Boris Johnson—, este viernes la primera ministra ha sido más honesta con los británicos. May no ha eludido las verdades incómodas.
Ese reconocimiento de que Reino Unido no puede pretender quedarse solo con los beneficios de la UE, sin pagar coste alguno, es lo que viene demandando Bruselas desde el principio. Por eso hoy el mensaje a los Veintisiete también es más realista. May viene a decir que, a pesar de todas las peleas en el Partido Conservador, de las demandas incompatibles de las facciones enfrentadas, ella tiene un proyecto. Y su plan, asegura May, es factible. “Sabemos lo que queremos y comprendemos vuestros principios, tenemos un interés compartido en que esto salga bien”, ha dicho.
La lista de la compra de May tiene una limitación. Políticamente, no puede pedir nada incompatible con el irrenunciable derecho a recuperar la soberanía total después del Brexit. La poderosa minoría eurófoba radical del Partido Conservador no toleraría un acuerdo que impidiera a Reino Unido firmar sus propios acuerdos comerciales independientemente, que lo sometiera a alguna jurisdicción diferente de la británica, o que lo obligara a obedecer leyes en cuya elaboración no haya participado.
Todo ello conforma la “divergencia gestionada” de la que habla May, el enésimo alarde de creatividad lingüística a la que su propia debilidad la ha obligado, y un concepto que ya ha rechazado Europa. “Una pura ilusión”, en palabras de Donald Tusk. “Desde el comienzo ha sido un principio básico de los 27 que Reino Unido no puede escoger del mercado único a la carta”, explicó el presidente del Consejo Europeo. Pero el baño de realidad ofrecido este viernes por May, el reconocimiento de que Reino Unido está listo para aceptar perjuicios, puede sonar mejor en Bruselas.
La primera ministra no ha respondido del todo a Tusk, que el jueves le pidió que aportara una solución al problema de la frontera en Irlanda, después que May rechazara de plano la propuesta de Bruselas —que, a falta de una solución mejor, Irlanda del Norte continúe en una unión aduanera con la UE— por considerar que amenaza la integridad constitucional de Reino Unido.
Ha esbozado dos propuestas. La primera es "una asociación aduanera", en la que Reino Unido "replicaría los requisitos de la UE para las importaciones del resto del mundo", lo que "eliminaría la necesidad de un proceso aduanero". La segunda opción es "un arreglo aduanero altamente optimizado" en el que ambas partes "acordarían implementar una serie de medidas para minimizar las fricciones al comercio". Pero ha pedido ayuda para solucionar el problema irlandés, uno de los más complejos de Brexit. "Nosotros decidimos irnos, tenemos la responsabilidad de ayudar a encontrar una solución. Pero no podemos hacerlo solos. Nos corresponde a todos trabajar juntos", ha dicho.
De nuevo, la incapacidad de descender a los detalles lastra la posición negociadora británica. Londres ha construido su postura a base de discursos; Bruselas, a base de documentos. Eslóganes contra propuestas concretas. Y está claro que lo que se necesita ahora, con solo ocho meses para terminar un acuerdo sobre la relación futura que ni siquiera se ha empezado a negociar, es concreción.
El destinatario del discurso no ha sido solo Bruselas. May ha llamado a los británicos a dejar sus diferencias detrás. En paralelo a su recrudecimiento en el Gobierno y en el partido tory, el tono del debate también se ha encendido en la sociedad. Por eso la primera ministra ha hecho un llamamiento a la unidad. A superar la dialéctica del Brexit-No Brexit que envenena el país desde hace más de año y medio. “Debemos unir de nuevo a nuestro país, considerando los puntos de vista de todos a los que les preocupa este asunto, de los dos lados del debate”, ha dicho la primera ministra conservadora.
La gran victoria de Europa es que ha logrado llegar hasta aquí sin una sola fisura entre 27 Estados. El gran fracaso de Reino Unido, un único Estado al otro lado de la mesa negociadora, es que ha resultado incapaz de avanzar por las fisuras que lastran a sus dirigentes. Resulta asombroso recordar hoy que David Cameron decidió convocar el referéndum sobre el Brexit precisamente para acabar, de una vez por todas, con el debate que devoraba a su partido.
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